sábado, 23 de diciembre de 2017

La Música del Corazón (Bao: el Monje Lego)


... de la Red


Bao, un monje lego recién llegado al monasterio colgante de Datong, preguntó a su maestro Chang:

--Maestro: ¿por qué estoy algunas veces triste y otras alegre?
--Hijo mío, eso es porque no has afinado el instrumento del corazón.

--No lo entiendo, Maestro Chang. ¿Acaso dentro del corazón puede habitar la música?
--Cierto. El Mundo lleva dentro de sí armonía y desarmonía y nosotros igualmente, al ser partes de él. ¿Pero cómo saberlo cuando somos tan ignorantes? Vivimos sin pensar en que vivimos y eso no es bueno, pues de dicha ignorancia nace la desarmonía, esa que tú a veces sientes.
-- Maestro: a mí me parece todo eso un pensamiento demasiado confuso.

--Ya te diré, Bao, como habrás de aclararlo. Pero primero vayamos a la fuente del problema: el instrumento con el que es posible interpretar la música del Mundo, pues sabido es que el Universo está hecho de música que podamos tocar haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón.
-- No siento yo que mi corazón tenga cuerdas por dentro.
--Pues las tiene, lego Bao. Son sutiles, pero aún así puedes tocarlas.
--¿Con las manos Maestro, supongo que no?
--Desde luego que no; en eso aciertas, monje. Que dentro del corazón no hay cuerdas que vibren, más aún así, éste es capaz de vibrar.
--Querido Maestro Chang: mi confusión no sólo disminuye, sino que al contrario va en aumento.
--Paciencia, lego mío, que andando se llega al final del camino; que si el camino tiene un inicio, seguro habrá de tener también un final.
--En ello estoy, Maestro, pues quiero saberlo todo.
--En eso no llevas razón, monje Bao, que ni yo mismo conozco ese Todo al que te refieres. Pero prosigamos. Atiéndeme, lego:
--Los instrumentos y la música que con ellos se interpreta no fueron hechos para emocionar al corazón, sino que todos ellos no son más que un pálido reflejo de las notas que éste les otorga y por el cual cobran vida; pues de no existir la música del Corazón ninguno de ellos habría visto nunca la luz.
--Ahora, Maestro Chang, mi perplejidad aumenta más, aunque empiezo a ver algo de claridad a lo lejos.
--Lo sé bien, lego, pues pronto llegarás al final de ese camino del que te hablado y podrás obtener la respuesta que buscas. Escúchame con atención:
Cada instrumento de cuerda -tomemos, por ejemplo, uno como el yangqin- consta de una base que es su caja de resonancia y sobre ella se extienden las cuerdas metálicas de distintas longitudes, que vibran y entregan diferentes notas al ser accionadas por las manos del músico.
--Cierto, Maestro, lo he visto hacer. ¿Pero qué tiene eso que ver con mi corazón?
--Ay, incrédulo monje lego! Aún no has llegado al final del camino y sigues dudando de mis palabras.
--Maestro Chang, yo sólo quería decir...
--La ignorancia te ciega. Lo tienes dentro de ti mismo y no lo sientes.
--El corazón del ser humano es el instrumento más delicado de todos cuantos existen. Y sí, tiene su caja de resonancia que mueve al cuerpo entero y sus cuerdas hechas de sutiles emociones, cuyas notas son los sentimientos, pueden entonar tristes o alegres melodías, todo depende de la mente de la persona que las toca: el músico quien compone e interpreta la melodía.
--Ahora comprendo por fin, Maestro Chang, por qué a veces estoy triste y otras alegres.
--Pues te diré algo más, monje Bao. Para que tan bello y delicado instrumento suene bien es preciso que sea afinado con devoción y empeño, y eso sólo puede lograrse cuando nuestra mente se halla en silencio. Justo ahí, en el silencio de esa maravillosa caja de resonancia, yace la música del Corazón: una música que ya no es música, un sonido carente de sonido, la huella del vacío que todo lo inunda.
--Gracias, Maestro Chang, por haberme dado ese conocimiento; ya que ahora que no entiendo nada, Todo lo entiendo.
--Así de simple en su complejidad -contesta finalmente el Maestro- es el camino de la Iluminación, que si somos constantes en su búsqueda, ya jamás nos abandonará.


                                             










lunes, 18 de diciembre de 2017

Cada Margarita es única. Un Cuento para Soñar en Navidad


           
... de la Red

       Paseaba plácidamente por el campo un tranquilo domingo de Diciembre. Iba sola, pues aquel día algo en su fuero interno le decía que era la mejor forma de ponerse en sintonía con aquella mágica Naturaleza. Y mientras lo hacía, con pasos lentos y medidos, todo a su alrededor quería acompañarla en su marcha. Imaginaba que la tarde le sonreía al ver su corona de luces rojas y malvas extenderse sobre las verdes colinas de los montes completamente nevados: un recuerdo lejano del año anterior que aún palpitaba pegado a sus retinas. Ese invierno había conocido a Paolo, un italiano que era compañero en la Facultad de Filosofía de su ciudad, que estudiaba allí con la ayuda de una beca Erasmus. Sí, el Mundo le parecía más pequeño que una cáscara de nuez de la que un pequeño trozo de su arrugada superficie correspondía a Europa, y de ése, una pizca mucho más pequeña a Italia. Había llegado otra vez la Navidad, pero ahora Paolo ya no estaba; quería decir físicamente a su lado, aunque su intenso recuerdo permaneciera completamente fundido con su piel. A ella nunca le pareció un amor total, pero tampoco pasajero: se querían mucho y se regalaban constantemente caricias y sobre todo lo que más le encantaba era dejarse llevar completamente cuando él aprisionaba sus pequeñas manos entre las suyas. Era atractivo, un chico físicamente casi perfecto o lo que es lo mismo, con ligeras imperfecciones que daban al conjunto de sus facciones, cara, pecho, cuerpo, brazos, piernas, una simetría que se le antojaba demasiado equilibrada para ser de verdad. Lo más parecido a un efebo, pero no a una escultura de mármol, sino a un hombre hecho de carne y hueso. Y mientras repensaba todas estas cosas, Paolo se esfumó de su mente como una mariposa en vuelo: un hálito, su inconfundible perfume de siempre ... y nada más.
        De pronto, se quedó ensimismada unos minutos, no podríamos precisar sus instantes, y de nuevo recobró su pausado andar y comenzó a tomar razón de ser en sí misma, entre las cosas y para las cosas; algo la empujaba a sentir de esa manera, impulsada seguramente por un instinto terráqueo que la enraizaba fuertemente a la Naturaleza misma: un don extraño concedido por los dioses que habitan en la fantasía de nuestra mente. ¿O tal vez eran reales y la acompañaban a distancia con objeto de que experimentara algo? No estaba muy segura de donde procedía aquella fuerza, pero su cuerpo se sentía pletórico como nunca lo había estado antes. La Naturaleza le hablaba desde muy adentro de sí y esto creyó que le decía:
          ----"Fíjate en cuantas flores silvestres tengas a tu alcance: por ejemplo, las humildes amapolas. Pareciera que todas son exactamente iguales, mirando reflejas en dirección al Sol para tomar la energía que necesitan y así crecer y alimentarse; pero no te equivoques, eso no es más que una idea preconcebida por el ser humano cuando mira, pero en modo alguno ve. Presta mucha atención, deja que tu alma se sincronice con ellas, respira a su compás, ve y oye. Y ya verás..."
        Y así lo hizo y ¡oh, maravilla de las maravillas! Los colores, las formas, los tamaños, todo se tornó al instante en un mundo diferente. Y las margaritas se movían como si estuviesen inspiradas por una energía que les permitía cambiar de fisonomía, de modo que les surgieron facciones distintas. Y pasados unos segundos, cada una de ellas había adquirido una personalidad propia: las había muy espigadas, o más gorditas, de caras amables o más serias y responsables; todas distintas y bellas al fin. Y observando y observando dirigió su mirada hacia una de ellas que le pareció especialmente singular. Y cuando lo hizo, ésta le habló:
     ---- No te extrañes de lo que ahora puedes ver. El Mundo no es exactamente como los seres humanos creéis, pues depende de qué mirada le pongamos, a través de qué cristal observemos su esencia, que es mucho más profunda de lo que podéis imaginar. Sólo a determinados seres y en determinadas circunstancias le es regalado ese don que ahora mismo tú posees. Disfrútalo porque luego has de volver a la realidad que ya conoces bien. Y seguramente pensarás: ¿qué sentido tiene todo esto? Uno sólo: que cuando regreses a tu estado habitual, extiendas este sagrado conocimiento y lo compartas con cuantos seres humanos se crucen en tu camino. Así debe ser y así ha sido siempre: un privilegio de elegidos. Y no me preguntes el porqué, pues tendría que decirte que lo desconozco.
       No podemos precisar que tiempo pasó: ¿por qué acaso en tales situaciones deberíamos hablar de la presencia del tiempo? Sea como fuere, la chica de la que no diré nombre alguno por si alguien que lea este relato desea ponerle uno, despertó a su realidad de siempre y se halló tumbada sobre una inmensa pradera de margaritas que le parecieron todas iguales Y pudo rememorar en un instante, casi infinitesimal, cuanto había vivido. Se recompuso poco a poco y siguió caminando tranquilamente. Fue entonces cuando recuperó de nuevo la imagen de su idolatrado Paolo, aquel a quien se entregaba totalmente cuando él estrechaba sus pequeñas manos entre las suyas.

      Poco más podemos añadir al respecto, ya que nunca sabremos a ciencia cierta si todo aquello que le sucedió formaba parte de la realidad o no era nada más que un producto de su fantasía.

                                        



           

jueves, 14 de diciembre de 2017

La muerte de las palabras


... de la Red


              Nadie como él sabía reconocer el ligero aleteo de aquellas palabras que iban y venían, siempre inoportunas, a visitarle cada uno de los lánguidos atardeceres del Otoño aquel. Estaba allí en su balcón, postrado en su sillón contemplando el paso de las bandadas de aves; todos los días, todas las tardes, a la misma hora, siempre con la mirada perdida en el horizonte, soñando con la posibilidad de alzar el vuelo junto a ellas, sin poder lograrlo jamás.
            Y entre las luces taciturnas del ocaso, cuando los objetos iban perdiendo poco a poco sus nítidos perfiles, dando paso al universo de la noche, una y otra vez las palabras revoloteaban inquietas alrededor de sus sienes. Querían hablarle a pesar de que su mente hiciera todo lo posible por abstraerse: una y otra vez, una y otras vez... ¿Quién era él para oponerse al ímpetu laborioso de aquellas ligeras criaturas expertas en unir las pesadas formas de la materia con el levísimo soplo de los sentimientos? Por eso, hartas ya de sus negativas, acabaron por decirle llenas de prepotencia: "Tú, no eres nadie sin nosotras. Si no nos dejas entrar dentro de ti, te consumirás en la oscuridad de la noche; te perderás de ti mismo, y cuando quieres buscarte, ya no podrás hallarte nunca".
            Pero él, que siempre había cedido a los convincentes cantos de sirena de tan petulantes y etéreos seres, ya no estaba dispuesto a hacerlo nunca más. Su alma se debatía entre la vida y la muerte, postrada y sometida por el fuerte huracán de la desidia y el abandono frente a todo lo que le rodeaba. No se reconocía a sí mismo y podía percibir siempre como de su garganta pendía una pesada piedra, cuya fuerza a duras penas lograba resistir; que lo arrastraba inevitablemente hacía un insondable abismo. Y las ardientes palabras danzaban siempre desnudas y orgiásticamente le decían al oído: "Te queremos sólo para nosotras. Somos tus dueñas y nos perteneces. No te resistas más; déjate llevar y te otorgaremos todos los placeres que en el Mundo existen" .
            Pero ninguna humana lisonja puede detener la lenta marcha hacia el fin de la savia de un árbol que poco a poco se marchita, cuando éste ya, en contra incluso de su propia naturaleza, ha decidido hacerlo.
            Y es que aquellas palabras, puestas en todas las bocas que él tanto había amado, a la luz del Mundo o en la tranquila penumbra de su Corazón, no producían en su Alma la más mínima vibración: resbalaban continuamente cuesta abajo, aunque quisieran a toda costa aferrarse a sus más bellos recuerdos. Era imposible crecer en tan estéril desierto y toda su angelical frescura se evaporaba infructuosamente al instante.
            Pero un día --nunca antes lo había confesado en voz alta--, dirigiéndose a las juguetonas palabras, por una sola vez lo hizo:

           --No os abro las puertas de mi Corazón, creedme, ni siquiera porque no quiera, sino porque al ser tan irrespirable el aire que allí pervive, si lo hiciera, moriríais en el acto. Volad, pues, y alejaos de este infierno para siempre.



                                           







     







 





martes, 12 de diciembre de 2017

El Corazón en una flecha


... de la Red
                                          (Más que un relato, una reflexión)

             "El hombre tensó su ballesta y disparó haciendo que la imparable flecha de afilada punta partiera hacia el objetivo previsto. Justo en ese momento, la mano y la mente que la guiaba, pensando en todos los imponderables que el Destino maneja, perdieron inevitablemente el control de la misma, mientras ésta iba a hacer diana justo en el centro de una roja y jugosa manzana".
            Llegados a este punto --cabe subrayar-- estaríamos ante un relato sin demasiado interés, si nos refiriésemos al mero estado anímico y expectante de tan experto ballestero; a menos, claro está, que añadiésemos la impactante noticia de que la llamativa fruta estaba colocada encima de la cabeza de su hijo pequeño, a la nada despreciable distancia de cien pasos, más o menos a unos cincuenta metros de donde el hombre se hallaba; lo cual planteaba la posibilidad de un error en el tiro de consecuencias irreparables.
            Si les digo que la historia es muy conocida y que hace referencia a un legendario héroe suizo del siglo XIV llamado Guillermo Tell, seguro que no les produce la más mínima sorpresa, pues ya habían imaginado de qué personaje estábamos hablando.
            Sin embargo, mi interés no se centra en este antiguo cuento; ni incluso me preocupa si tan valerosa persona existió realmente o forma parte tan sólo del ideario colectivo helvético; aunque al parecer --de ser cierto cuanto se popularizó casi doscientos años más tarde-- el conocido hecho de la manzana pudo llegar a provocar la rebelión de algunos cantones suizos contra el poder de los Habsburgo, personificado en la figura del malvado gobernador Gessler, que le ordenó disparar una flecha contra su propio hijo, y a quien finalmente Guillermo Tell daría muerte. Me interesa especialmente reflexionar aquí sobre el instante en que la flecha sale disparada con dirección hacia la manzana y logra dar en el blanco sin herir afortunadamente al muchacho. Y podríamos preguntarnos a este respecto: ¿Fue obra exclusiva de la pericia de Guillermo Tell, del Destino que así lo quiso o de la fuerza de su corazón que controló manos y flecha a través de su mente? Llegados a este punto, cada cual tendrá lógicamente su opinión, partiendo de la base del modelo de Mundo en el que crean; y conviene decir a este respecto que las creencias se sustentan las más de las veces en sentimientos y no en razones, de ahí su dificultad para ser sometidas a pruebas científicas, quedando exclusivamente circunscritas al plano de la fe. Siendo esto así, yo me atrevo a avanzar la especulación siguiente:
       De acuerdo con las interpretaciones de algunos científicos, que apoyándose en el paradigma de la moderna física cuántica, que prueba que todo está conectado con todo a nivel de partículas elementales, y que es la energía quien mueve a la materia, podemos decir que hay ejemplos de personas que tienen la extraña habilidad de que a través del triángulo que forman corazón, mente y manos, logran mover esa energía en un sentido determinado. Según dicha teoría, podríamos afirmar que pudo ser a distancia y por medio de la acción de su corazón que Guillermo Tell disparó y orientó la flecha hasta la certera diana de aquella manzana colocada sobre la cabeza de su hijo. De ahí el título que le he dado a éste cuando menos curioso texto: "El Corazón en una flecha".
            Y para finalizar --admitiendo de entrada que algunos consideren mis argumentos una disparatada disquisición--, concluiré lo que me parece obvio: Cosas más sorprendentes se han visto y la Historia nos las ha contado sin que la Ciencia pudiera dar una explicación ajustada a las leyes que la lógica establece, que para mí, no son ni mucho menos las únicas posibles.


                                       




           

viernes, 8 de diciembre de 2017

¡Velentine, amor mío!



... de la Red

  
            Valentine me miró a los ojos y yo le correspondí con los míos. La tarde proyectaba en aquel instante una roja y cárdena lanza de luz sobre el recinto amurallado de la vieja fortaleza. Y la ciudad, a punto de caer en brazos de la noche, suspiró brevemente antes de encender sus luces de gas. Ardió flameada por los últimos rayos del sol y dio paso a aquel fanal artificial que habría de prolongarse hasta el amanecer.
           Valentine y yo nos dedicábamos entretanto a mirar las fulgurantes ascuas que iban latiendo entre lentos destellos hasta apagarse definitivamente: había muerto el día para dar paso a la noche. Y mis manos seguían rozando las suyas y eran capaces de palpar a través de las delicadas venas de sus muñecas el dulce latido de su corazón. De pronto, me miró, apretó sus labios contra los míos y me besó largamente sin que yo le opusiese resistencia alguna: por primera vez fui suyo antes de que ella fuese mía totalmente. En realidad, eso era lo que deseaba en silencio y sin decírselo. Y cuando acabó sus largos juegos eróticos conmigo, sólo tuve fuerzas para exclamar: ¡Valentine, amor mío!
           La vieja fortaleza, inconmovible ante nuestros mutuos y desenfrenados requerimientos, siguió callada y recogida en sí misma, dominando con orgullo y majestad, como siempre desde lo alto de su pedestal, la gran multitud de seres que albergaba la ciudad; cada uno de ellos en sus asuntos, seguramente ausentes de que en el fondo, muy en el fondo de sus inalcanzables almas, todos estaban perfectamente conectados, como yo mismo a Valentine.